Medio millón de españoles sigue con el olfato atrofiado tras el Covid: «Abrazar a mi suegra es horrible»
El olfato es, a menudo, el más discreto de los sentidos. No nos damos cuenta de su importancia hasta que falta. Oler comida podrida, identificar peligros como el gas o algo quemándose… El olfato es más importante de lo que somos conscientes. Y por ello vivir sin olfato es más complicado de lo que parece. Todo el mundo sabe que uno de los síntomas más significativos del Covid es la pérdida de olfato: mientras la gran mayoría de contagiados lo recupera a las pocas semanas de curarse pero una cuarta parte de ellos mantiene problemas olfativos después de superar la enfermedad que aterrizó en la sociedad mundial en 2020.
Durante los últimos meses, las vacunas han ganado terreno a la pandemia y la incidencia del virus ha bajado significativamente. Las autoridades relajan las medidas y la gente empieza a volver a la normalidad. Pero al menos medio millón de españoles siguen sin oler o con el olfato atrofiado, según los cálculos del doctor Joaquim Mullol, director de la Clínica del Olfato del Hospital Clínic de Barcelona, y uno de los pocos especialistas en el asunto que había en España antes de la pandemia.
«La pérdida del olfato se produce en aproximadamente un 70% de los pacientes que tienen covid», explica Mullol. La mayoría lo recupera íntegramente en las siguientes semanas, pero una cuarta parte sigue con problemas. «De muchos no nos enteraremos nunca, porque no consultan al médico», apunta el doctor. Aunque para los que sí acuden al médico esperando una solución rápida, las noticias tampoco son muy alentadoras: el único tratamiento que ha demostrado eficacia frente a la pérdida de olfato por un virus como el del Covid-19 es el entrenamiento olfativo.
El doctor Mullol también explica la importancia del olfato: «Con el olfato nos relacionamos con el exterior: olemos lo que comemos, lo que bebemos… Y además, olemos las cosas nocivas que pueden ser peligrosas como el gas o la comida estropeada. Cuando todo esto se pierde, la persona se desconecta del mundo», alerta sobre unos pacientes que pueden llegar a desarrollar una depresión o pérdidas de peso abruptas.
«¿La casa huele bien, nena?»
Este último es el caso de Encarna Oviedo, tiene 66 años y reside en Terrasa, que explica a la AFP que últimamente ha perdido el apetito y come mucho menos desde que perdió el olfato: «A ver si me levanto un día por la mañana y, mira, ya huelo algo. ¡Es que ni el café!», lamenta.
Encarna fue una de los miles de españoles que contrajeron el coronavirus en la primera ola de 2020, cuando parecía que el caos iba a apoderarse de todo el mundo. Con un país asustado y cientos de muertos al día, pasar la enfermedad de forma leve era todo un alivio y una suerte. La pérdida del olfato, un detalle menor que no tenía mayor relevancia para unos servicios médicos totalmente saturados en todo el territorio nacional e internacional.
Encarna, que a veces se va de tiendas sólo para ver si huele cosas, se ducha más de lo normal por si acaso y, cuando le visita su hija, lo primero que le pregunta es: «¿La casa huele bien, nena?». Ella no sabe cómo huele su casa y necesita el juicio olfativo de alguien para saberlo. Pero hace todo lo posible por recuperar el sentido del olfato, el menos valorado pero importante como los otros cuatro. Encarna es paciente de la Unidad de Olfato que se creó el pasado febrero en el Hospital Mutua de Terrassa después del aumento de casos de pérdida de olfato. Desde entonces, han pasado por sus consultas en torno a 90 pacientes, la mayoría de ellos con Covid persistente. Tras una primera evaluación médica, inician una rehabilitación en la que una vez a la semana, durante cuatro meses, acuden al centro para identificar olores con un terapeuta. Al final, vuelven a visitar al otorrinolaringólogo, el especialista en oído, nariz y laringe, y realizan un nuevo test para ver la evolución. «¿Miel, vainilla, chocolate o canela?», le pregunta el doctor a Encarna mientras le extiende uno de los 48 cilindros aromáticos sin identificar que compone una de las pruebas. «¿Vainilla?», dice ella poco convencida.
«Es como tener la nariz en una freidora»
Cristina Valdivia también contrajo el Covid en aquel caótico marzo de 2020. Pasó la enfermedad de forma leve, dando las gracias por no ser parte de la funesta y terrible estadística mortal, y perdió el olfato durante tres meses. Hasta que, de repente, el olfato volvió pero estropeado: «Empecé a oler constantemente a quemado, como si tuviera la nariz metida en una freidora», recuerda esta mujer barcelonesa de 47 años que además está diagnosticada de fibromialgia desde hace tiempo.
Comenzaron entonces varios meses de angustia porque casi es peor oler mal que no oler. Pasó por varios otorrinolaringólogos hasta que llegó al Hospital Clinic. Ahí le explicaron que padecía parosmia, una percepción distorsionada del olfato. Es decir, había recuperado el olfato pero estaba atrofiado: «El café es espantoso, es una mezcla entre gasolina, algo podrido…», describe Cristina. «Al principio fue horrible. Me pasaba los días llorando», recuerda Cristina, quien todavía no consigue percibir el olor natural de su hijo y cuyo día a día se ha visto trastocado en lo más íntimo: «Abrazo a mi suegra o a mi madre y el olor es horroroso», dice Cristina para señalar que «cuesta gestionar eso».
La buena noticia para Cristina y todas las personas en su misma situación es que la parosmia, esa suerte de reconexión errónea del olfato, suele darse en pacientes que están en proceso de recuperación. Pero también hay una mala noticia: no hay más tratamiento que la rehabilitación y la paciencia. Cristina es paciente y constante, dos veces al día abre una maleta que contiene seis botes con distintos olores. Pasa unos 20 segundos concentrada en aspirar e identificar cada uno de los olores tratando de regenerar su maltrechas conexiones olfativas. Algunos, como los cítricos, parecen ir asomando. Pero otros se le resisten especialmente.
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